sábado, 10 de marzo de 2007

¡Otra Costa Rica es posible!


Luís Diego Mata Solís


“Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión de sí mismo, y no duda de su propia eternidad”
Eduardo Galeano


Hace algunos meses, “visitaba” la página electrónica del diario La Nación, y en una de las secciones encontré una especie de foro sobre el TLC. Me vi tentado a ingresar, y así lo hice. Primeramente, eché un vistazo a algunos de los mensajes enviados por otr@s “colaborador@s” –interesante calificativo con el que en esta sección se hacía referencia a las personas participantes en el foro. Después de leer algunos de los mensajes, y realmente nada sorprendido por haber visto en una enorme mayoría la aprobación del TLC, me dispuse a ver las reglas de participación, así como algunas advertencias.
Evidentemente, en el diario no se harían responsables por las represalias que pudieran llegar a mi buzón de correo electrónico por lo que me atreviera a redactar en mi mensaje. Esto tampoco me llamó la atención, evidentemente, tampoco corría tanto peligro, después de todo, aún en los mensajes electrónicos no se puede adjuntar ántrax o bombas.
Dentro de las “reglas” especificadas me llamó particularmente la siguiente: “Este espacio, reiteramos, es para discusiones temáticas originadas en el acontecer noticioso, no es una tribuna para la defensa de posiciones personales de temas religiosos, filosóficos o ideológicos o políticos”.
El énfasis no se encontraba originalmente, sin embargo, es precisamente sobre lo que quisiera referirme. En primer lugar, ¿por qué en este espacio se cierra la posibilidad de hacer planteamientos “ideológicos” y/o “políticos”?. ¿Qué se estará entendiendo -y querrá hacerse entender- por ideología?
Esta discusión no se basa simplemente en el hecho de la posición de este diario nacional, vista con cierta delicadeza –aunque no se requiera demasiada- es muy clara (sí), sino porque esa pretendida neutralidad, simplemente no es posible si se habla de asuntos sociales y económicos de tal trascendencia como el TLC.
El asunto es que se pretende disfrazar de neutralidad lo que en realidad es una parcializada tendencia hacia la imposición de una visión de mundo (ideología) en particular: capitalista-neoliberal. Lo que se pretende, entonces, es cerrar la posibilidad de discusiones contrarias o alternativas a esta ideología que, (des)interesadamente, se busca imponer. De este modo, cuando se habla de ideologías, en realidad, de modo peyorativo, se hace referencia a visiones de mundo en particular, caracterizadas por el reclamo de alternativas posibles y necesarias a las formas excluyentes en que se viene organizando nuestra economía y nuestra sociedad.
Con la caída del muro de Berlín, y con ello, la del llamado “socialismo real”, se promulgó desde el mundo capitalista la “muerte de las ideologías”, y la victoria del capitalismo como “única posibilidad de organizar y dirigir las economías y las sociedades”.
Con esta pretendida “muerte de las ideologías”, se ha buscado la totalización, precisamente, de una ideología: la ideología capitalista, y más concretamente, la ideología neoliberal. Esta tiene como principales bases, algunos planteamientos económicos neoclásicos como la autorregulación del mercado, la concepción de un mercado en que participan “entes económicos” regidos únicamente por “gustos y preferencias” –no por necesidades-, y la no intervención del estado en la actuación del mercado. De ahí las tendencias que desde los años 80 vienen implicando procesos de abandono de nuestra economía en “manos (¿invisibles?) del mercado”; iniciados, principalmente, con los llamados programas de ajuste estructural (PAES). Además, otro aspecto clave dentro de las tendencias hacia la totalización de la ideología capitalista y neoliberal, ha sido la “satanización” del comunismo.
Es muy hábil esta tendencia para la que en su labor, por ejemplo, La Nación ha sabido –y requerido- trabajar, y a cuya perpetuidad ha venido contribuyendo. Es en este sentido, por ejemplo, se tiende a buscar cerrar la posibilidad de discutir sobre el TLC argumentando aspectos como el bien común, la solidaridad, o la defensa del estado; y más bien se quiera desviar la atención hacia criterios que tienden a posicionar a quien los utiliza como consumidor y demandante de servicios, cuyo único juicio se basa en la calidad del bien que le es ofrecido; siendo también comunes los cuestionamientos y críticas a la ineficiencia de las instituciones públicas, tendientes a justificar la privatización de las mismas (otro de los elementos característicos de las tendencias neoliberales).
Evidentemente, adoptar estos criterios conduce a dejar de considerar aspectos como la justicia, así como las verdaderas posibilidades con que se cuenta para participar efectivamente en el juego de “la oferta y la demanda”. Implica así, adoptar el “sálvese quien pueda”, el “mientras no sea yo”, en todo caso propios del egoísmo y el carácter excluyente del mercado, lo cual, también ha sabido ser vendido como el criterio por el que se “debe regir nuestra sociedad”.
Pero, ¿si se cierran las posibilidades de discutir estos aspectos?, ¿si se asume la totalización de la ideología neoliberal, y con ello, se da paso definitivamente, al mercado para que, a partir de su (i)lógica, se dirija nuestra economía y nuestra sociedad? Y más concretamente, ¿si se abandona nuestra sociedad a la suerte del mercado?
¿Son estas preguntas ideológicas? Claro que lo son. Lo que intentó aclarar es que lo son, pero no en mayor ni menor grado que los planteamientos neoliberales que promulgan las “bienaventuranzas del libre mercado”.
Es preciso tener claro que cuando se habla del TLC, y se indica que es la única posibilidad actualmente válida y real para atender problemas como el desempleo, la pobreza y el pretendido desarrollo, estos planteamientos esconden la necesidad de cerrar la posibilidad de pensar en reconducir por otra senda nuestra sociedad. Intentan difundir la idea de “progreso” que desde el mundo rico, y con la colaboración de los pequeños grupos dominantes nacionales, se viene manejando nuestra economía, con cada vez mayores y más evidentes costos sociales; costos que inclusive, van más allá del empeoramiento de las condiciones que enfrentan las personas empobrecidas, sino que además, abarcan la creciente vulnerabilidad de sectores otrora “medios” de nuestra sociedad.
En conclusión, no se trata de que en las discusiones respecto al TLC, no quepa hablar de ideología, lo que sucede, es que interesadamente, se desvirtúa cualquier discurso que denote la posibilidad y la necesidad de dirigir por otro rumbo nuestra política económica y nuestra sociedad. Lo que impera, es una tendencia hacia la totalización de una visión de mundo neoliberal, de una (mal) denominada “democracia representativa”, en la que en realidad privan los intereses de unos pocos a la hora de la toma de decisiones competentes a tod@s, y en detrimento, más que de los intereses, de las necesidades y derechos de la mayoría, así como una clara subordinación del poder político al poder económico.
No se debe caer en la trampa que ha venido siendo tendida por quienes ven amenazados sus intereses cuando se plantea la posibilidad de llevar nuestra sociedad por un camino realmente democrático, justo e incluyente. No se debe creer que es imposible buscar una alternativa a las tendencias hacia la integración de nuestra economía dentro de una “global y de mercado”. No se trata de “aislarse” como -sospechosamente- se suele argumentar. Lo que se hace preciso es dirigirnos con dignidad y respeto hacia la vida de nuestra economía y nuestra sociedad.
Aunque desde el discurso neoliberal, interesadamente, se suela presentar lo contrario, realmente, ¡otro mundo es posible! Y además, es urgente luchar por propiciarlo.